miércoles, 20 de abril de 2016

HISTORIA DE LA SAGRADA AURA TIÑOSA Y LA DIVINA CEIBA



HISTORIA DE LA SAGRADA AURA TIÑOSA Y LA DIVINA CEIBA

En cierta ocasión, el cielo y la tierra discutieron, la tierra porfiaba que era mayor y más poderosa que su hermano el cielo, llegando incluso a reclamar que el mismo le rindiese homenaje diciéndole: soy, el fundamento del cielo, sin mi te derrumbarías, no tendría ni hermano en que apoyarse, todo sería humo, nada. Fabricó todas las formas vivientes, las fijo y las mantengo, yo lo contengo todo, todo sale de mí, todo vuelve a mí, mi poder no tiene límites, ni pueden calcularse.

Mis sólidas riquezas, y la tierra repetía insolente óh solita, "soy solita". Tú en cambio no tienes cuerpo, eres vacío enteramente. (Y tus bienes pueden compararse con los míos) ah los bienes de mi hermano son intangibles. (Qué tienes, di que se puede tocar y pesar en una mano) aires, nubes, luces. Pues consideren cuanto valgo más que él y baja para hacerme moforibale.

Obba-olorun, viéndole tan obcecada y presuntuosa no la replicó por desprecio, le hizo un signo al cielo y este se distanció amenazador, horriblemente sereno. "Aprende" murmuró el cielo al alejarse a inconmensurable distancia: "Aprende", que el castigo tarda lo que su preparación.

Las palabras de los grandes las deshace el viento. Iroko recogió esas palabras y meditó en silencio, en el silencio de una gran soledad que se hizo en ella al separarse el cielo de la tierra, porque Iroko (la Ceiba), hundía sus raíces en lo más profundo de la tierra y sus brazos se entraban hondo del cielo, vivía en la intimidad del cielo y la tierra.

El gran corazón de Iroko tembló de espanto al comprender hasta donde, gracias al acuerdo perfecto que reinaba entre estos hermanos, la existencia había sido tan venturosa, para todas las criaturas terrestres. El cielo cuidaba a regular las estaciones, con una solicitud tan paternal que el frío y el calor eran igualmente gratos y beneficiosos. Ni tormentas ni lluvias torrenciales destructoras, ni sequías asoladoras habían sembrado jamás la miseria y la desolación entre los hombres.

Se vivía alegremente, se moría sin dolor; males y quebrantos eran desconocidos. Ni los individuos que pertenecían a las especies más voraces hubiesen podido adivinar, antes de la discordia, qué era el hambre. La desgracia no era cosa de este mundo, como tampoco la rogación al cielo. Y aseguró la tiñosa ó porque nadie.

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